La noche del 19 de febrero, cuando las fuerzas de la resistencia tomaron el Palacio Al Katiba, feudo de Gadafi en Bengasi, los rebeldes encontraron en una de sus estancias un total de 162 pasaportes de diferentes nacionalidades africanas, y a doce inmigrantes agazapados a los que acusaron de «mercenarios» africanos. Enfurecida por la muerte de cerca de trescientas personas en manos de fuerzas paramilitares del coronel, al tiempo que eufórica por haber liberado Bengasi, una turba de jóvenes arremetió brutalmente con palos y golpes contra ellos, confundiéndolos con sicarios.

Detrás de los muros de este blindado palacio se gestó una de las fuerzas de seguridad privada más temidas por la población, las brigadas africanas leales a Gadafi conocidas como «mercenarios», que sirvieron de refuerzo al régimen para aplastar las revueltas, después de que muchos oficiales desertaran del Ejército al negarse a cumplir órdenes de atacar a civiles con armas.

Los presuntos asesinos a sueldo –tres etíopes y seis guineanos, con papeles de trabajo, dos eritreos y un chadiano, en situación ilegal– fueron llevados al despojado edificio de la Mahkama (juzgados) y puestos a disposición judicial en una fría habitación en el último piso del Tribunal de Justicia de Bengasi, porque la prisión Central de Kuefia, a 15 kilómetros del centro, fue destruida por las fuerzas leales al régimen el 17 de febrero para permitir la huida de 3.000 criminales. 

«Los prisioneros de guerra se encuentran bajo investigación policial y se mantiene su presunción de inocencia. Sus derechos son respetados según el Convenio de Ginebra», nos explica en un inglés de andar por casa el fiscal Wael Nayeb, que, tras arduas horas de negociaciones, accedió a mostrarnos a los detenidos. Ante la mirada perpleja de esta periodista al ver las condiciones inhumanas en las que se encuentran los detenidos, el fiscal Nayeb se excusó alegando que se trata de «una medida transitoria».

Una celda insalubre
En un principio se hablaba de doce prisioneros, pero en el «zulo» estaban confinados sólo diez. La celda «provisional» en la que tienen encerrados a los presuntos mercenarios no cumple las condiciones mínimas de higiene y mucho menos se podría hablar de espacio confortable. No hay colchones ni camastros para dormir, únicamente mantas roídas y polvorientas para protegerse del frío de la noche. En un barreño de metal flotan unas alubias cocinadas con salsa de tomate, el único plato de comida caliente que les ofrecen. 
Cuesta imaginarse que esos hombres enclenques de mirada atemorizada hayan sido entrenados para formar parte de los cuerpos de élite especiales para la seguridad privada del dictador. 

Los bengasíes necesitan una cabeza de turco, un culpable para verter su rabia y dolor. «Si la gente supiera que están ahí, tirarían la puerta abajo», afirmó Hana El Gallal, una representante del Consejo local que se encarga de los asuntos de derechos humanos. El Gallal trabaja con la organización Human Rights Watch, con sede en Nueva York, para intentar que se conforme un procedimiento legal que rija lo que se hará con los mercenarios capturados, pero el proceso es incierto. Según la activista pro derechos humanos, muchos de los mercenarios reclutados para defender a Gadafi vienen de Chad. «Son miembros de un movimiento rebelde del Chad que Gadafi financió y entrenó durante años y que perdería ese apoyo si Gadafi es desbancado del poder», explicó a LA RAZÓN. Las brigadas africanas leales han sido formadas y armadas en campos de entrenamiento situados al sur del país, Katiba Tarik o Obary, entre otros, puntualizó El Gallal. 

Se estima que este ejército irregular está formado por 6.000 soldados de élite extranjeros procedentes del África subsahariana, de países como Níger, Mali y Kenia, aunque también se han encontrado evidencias de mercenarios árabes que han llegado de Túnez, Argelia y Sudán, según testimonios de libios.

1.500 euros al día

El uso de mercenarios extranjeros representa «el último acto de resistencia del coronel, que tuvo la habilidad de comprar protección para sí mismo, en lugar de haber logrado una lealtad genuina», denunció a LA RAZÓN el general desertor Jalifa Al Musmari, ex jefe de las Fuerzas Especiales del este de Libia. «Los soldados africanos son muy peligrosos, están muy bien entrenados y su lealtad se compra con dinero», continuó el general Al Musmari, que sugirió que los mercenarios podrían estar ganando «hasta unos 1.500 euros al día». 

Según otro militar desertor, el capitán Ahmad Bani, uno de los hijos de Gadafi, Jamis, jefe de la Brigada 32, un cuerpo de élite con base en Bengasi, «habría reclutado a mercenarios para provocar la masacre de Al Baida», a unos 100 kilómetros al sur de la capital de la región oriental de Libia. El oficial rebelde confesó que el comité militar revolucionario, que se ha formado con militares que han desertado de las fuerzas nacionales libias, «no podrá hacer frente a un ataque de mercenarios africanos». 

Esta preocupación también ha sido planteada por el nuevo gobierno revolucionario o Consejo Nacional de transición en su primera comparecencia a los medios. Los representantes del flamante Gobierno de la Libia independiente han perdido al Consejo Naciones Unidas que «lance ataques aéreos contra los mercenarios» de Gadafi. «Llamamos a Naciones Unidas y a cualquier país que apoye la Revolución del 17 de febrero a lanzar ataques aéreos sobre los lugares y posiciones de los mercenarios utilizados contra los civiles y el pueblo libio», urgió hace unos días el portavoz de los disidentes, Abdel Hafez Ghoqa. 

Los mercenarios africanos son odiados y temidos debido a su brutalidad en las revueltas. Centenares de testimonios que llegan de todas partes de Libia aseguran que tropas de mercenarios están siendo utilizadas para masacrar a los manifestantes y proteger lo que queda del régimen. Sin embargo, apenas hay imágenes de ellos y las que llegan a través de las redes sociales o tomadas con los teléfonos son muy difíciles de confirmar. 

Las pruebas, en los móviles

En uno de los destrozados edificios de la Mahkama, se ha instalado un comité de información y recogida de datos de testimonios de civiles que grabaron en sus teléfonos móviles y cámaras de fotos cuando los mercenarios africanos y las fuerzas de paramilitares atacaron a la población civil para sofocar las revueltas en Bengasi. «Algunos llevan unas gorras amarillas y visten uniformes de camuflaje como los militares», aseguró Khaled, un voluntario del centro de información, ubicado en el segundo piso, el único que aparentemente se mantiene en pie.

Allí, en el centro de prensa audiovisual, los voluntarios editan las imágenes y DVD para ofrecerlos a la Prensa extranjera sobre las matanzas contra civiles perpetradas por las temibles brigadas africanas a sueldo del coronel Gadafi. En su base de datos hay centenares de vídeos e imágenes sobre mercenarios que circulan de móvil a móvil. Todo el mundo en Bengasi conoce al nigeriano Azik Abu Yuri cuyo pasaporte ha sido fotografiado como evidencia de que se trata de mercenario a sueldo, aunque ningún periodista haya dado con el paradero del susodicho criminal. «Son africanos subsaharianos, que hablan francés en su mayoría, y que no entienden el árabe», agregó otro voluntario del centro. 

Incluso en las páginas de internet circulan informaciones sobre varios anuncios que habrían aparecido en la Prensa de Nigeria y Ghana para contratar a estos hombres, así lo cita la web de noticias ghanesa Ghanaweb.

 

FUENTE: www.larazon.es