Entre cincuenta y un centenar de empresas con las que tenemos o hemos mantenido relación, poseen nuestros datos de domicilio, edad, profesión, estado civil y número de teléfono. Algunas de estas empresas, o algún empleado desleal con acceso al banco de datos, venden a otras empresas esas referencias que se emplean, bien en inundar nuestro buzón de correspondencia no deseada, bien -y eso es lo peor- asaltando el domicilio particular, por lo general a la hora de las comidas, para ofrecer por teléfono productos y servicios no solicitados.
El mercadeo telefónico es muy antiguo, y era bastante eficaz en los años cincuenta del siglo pasado, cuando el teléfono particular no estaba generalizado, y las pocas llamadas que se recibían en las casas eran correspondidas con una inusual atención.
Intento ser amable con la víctima contratada a comisión para una tarea imposible, perro ante la pérdida de tiempo y la estupidez de que sea yo, precisamente, el que tenga que dar cuentas al asaltante, opto por colgar. Pero últimamente se ha incorporado una novedad que me ha dejado pasmado: un robot de audio. Como engañar a pobres gentes para esa misión complicada debe resultar difícil hay un robot que te llama a tu casa y te dice que botón debes pulsar para que te proporcione la correspondiente tabarra publicitaria.
Me gustaría poder contrarrestar con la misma moneda y poder asaltar el domicilio del desahogado presidente del consejo de administración, consejero delegado, asimilados o director general, para enviarle el siguiente mensaje: "si quiere que me acuerde sus muertos, pulse, 1; si desea que me acuerde la madre que lo trajo al mundo, pulse 2; si prefiere un insulto soez y tabernario, pulse 3; en caso de tratamiento personal, espere".
El derecho a la intimidad es violado a diario con un desparpajo y un abuso que requeriría una reacción de la Agencia de Protección de Datos.
FUENTE: www.europapress.es