Este fin de semana visité a un pariente que tiene su casa en una de esas ciudadelas amuralladas, que tienen garitas de entrada y salida vigiladas por personal de una empresa de seguridad privada. Estaba en compañía de mi esposa y mis hijos. Después de esperar por más de diez minutos a que se comuniquen telefónicamente con la dueña de casa, a fin de que me autorice la entrada a la ciudadela, confieso que me sentí discriminado. Lamentablemente esa es la sociedad que nos legaron la vieja clase política y la rancia oligarquía ecuatorianas. Vivimos en una sociedad en la que imperan el egoísmo y la desconfianza.

Viendo nuestra realidad social, recordé la doctrina del inglés Thomas Hobbes, autor de la obra filosófica Leviatán, publicada en el año 1651 en París. En este tratado sostenía “…que el hombre es naturalmente egoísta, busca sólo su propio bien y es insensible al de los demás. Si se le considerase únicamente gobernado por su naturaleza, se tendría que reconocer que será inevitable una guerra permanente entre todos los individuos y sus semejantes, porque los hombres somos iguales en estado natural; de esa igualdad proviene la desconfianza, debido a que cada cual trata de ganar ventajas en detrimento de los demás y de ahí procede la guerra de todos contra todos. El hombre es un lobo para el hombre…”. 

Las dos primeras leyes naturales consisten, para Hobbes, en buscar la paz y en defenderse por todos los medios que se tengan al alcance. Para asegurar la paz y la seguridad, este ilustre filósofo y político aconsejaba que los hombres no disponen de procedimiento mejor que establecer entre ellos un contrato y transferir al Estado los derechos que, de ser conservados, obstaculizarían la paz de la humanidad. Consecuentemente, el Estado es la suma de los intereses particulares, en este debe defenderse al ciudadano, puesto que el hombre sólo abandona sus derechos al Estado para ser protegido. La sociedad política perdería su razón de ser si la seguridad no fuese garantizada.

  Sin duda alguna, luego de analizar someramente la doctrina de este tratadista, debemos colegir que los deberes primordiales de un Estado son garantizar el orden, la tranquilidad y la paz sociales. Después de hacer algunas reflexiones sobre esta teoría política, me planteo una duda existencial: ¿Será que los ecuatorianos nos acostumbramos a vivir en un estado de egoísmo, desconfianza, desorden y anarquía? ¿Por qué no podemos construir un Estado más justo y solidario, que reconozca y garantice la igualdad y las libertades inherentes a nuestra naturaleza humana, una sociedad en la que vivamos en armonía, respetando la ley y el orden?


En el epílogo de este pequeño aporte para vuestra reflexión, quiero dejar constancia de mi reconocimiento a la gestión del actual Mandatario en materia de seguridad ciudadana. Es incuestionable que se ha dotado a la Policía Nacional de un mejor armamento y tecnologías de punta para el combate contra la delincuencia, se ha profesionalizado a sus elementos, elevándoles considerablemente los sueldos, pagándoles horas extras por su ardua labor y  capacitándolos en forma debida, a través de convenios interinstitucionales con otros cuerpos de seguridad de naciones hermanas -como los carabineros de Chile, la mejor fuerza pública de Latinoamérica-, todo lo cual ha dignificado, como no puede ser de otra manera en un gobierno humanista, el trabajo de nuestros policías. 

Sin embargo, considero que aún falta mucho por hacer en materia de seguridad, puesto que, como sostuvo Hobbes: “El Estado perdería su razón de ser, si la seguridad no fuese garantizada”.

 

FUENTE: www.telegrafo.com.ec