El libro, publicado por Waldhuter editores, explora a fondo un rasgo contemporáneo: en las democracias actuales, donde los lazos sociales destacan por su debilidad, la violencia es menos una transgresión jurídica que un síntoma.

Crettiez es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Versailles-Saint-Quentin-en Yvelines, catedrático en el Instituto de Estudios Políticos de París y autor, entre otros volúmenes, de "Violence et nationalisme" y "Du papier a la biométrie".

El investigador pone el acento en la ausencia de instancias reguladores -no represivas- que hagan las veces de operadores de la cohesión social.

La ecuación indica que desde la modernidad, la pérdida de esa instancia, `liberó` a la sociedad de tradiciones y esclavitudes, pero también dejó a la economía la regulación y distribución del conflicto social, siendo ésta una cuestión de política.

Crettiez piensa que la "ideología de la victimización" es una consecuencia -incalculable- de la globalización de la economía de mercado, que universaliza la violencia como equivalente general, transformándola en un producto, una mercancía, un riesgo "que no puede gestionarse".

Para el francés, la anomia es precisamente un efecto, un síntoma del malestar en la cultura; por lo tanto, ingobernable y azaroso: una contingencia para la cual se conocen sólo dos respuestas: la represión o la normativa del control social, la más adecuada para formaciones sociales atomizadas.

"La violencia sufrió importantes cambios en los comienzos de los años 90, cuando bajo la presión de los pueblos del este de Europa, se abrió un mundo nuevo", escribe Crettiez.

¿Se puede hablar de una desestatización de la violencia, si se la considera como el monopolio de la fuerza pública ejercida por un poder central? Según el especialista, esa es una generalización relativa: las guerras siguen existiendo.

La novedad es que además de fronteras afuera, la violencia se ha instalado fronteras adentro, entre otras razones porque el fin de la guerra fría multiplicó un nuevo ejército de reserva, compuesto por asalariados sin trabajo, dispuestos al mejor postor, y muchas veces aliados -como mercenarios- al poder de turno.

"En el conflicto de Irak se ha visto un gran aumento de las fuerzas privadas de ejercicio de la violencia, en apoyo o reemplazo de las fuerzas militares públicas", asegura Crettiez.

Y agrega que "en la actualidad, las empresas de mercenariado son, después de las estadounidenses y británicas, las terceras fuerzas armadas en el suelo iraquí".

Estos datos inauguran un nuevo escenario, que se continúa en la esfera interna de los países, "de privatización de los objetivos y las prácticas de la seguridad.

Crettiez encuentra cinco factores comunes que extrapola a las democracias formales, sobre todo las que cuentan con una clase media poderosa, en número y educación, en alza y con capacidad de consumo.

"Se asiste a un verdadero cambio de referencial en materia de seguridad privada, que desemboca en la idea de una contractualización de la seguridad (...) Este cambio corresponde también a una crisis de eficacia del estado penal", escribe.

Sumado a un "aumento de la sensación de inseguridad en los años 80" que le otorgó un valor y la posibilidad de "participar en su politización". Así, "el mercado de la inseguridad privada convierte el sentimiento de inseguridad en un elemento de entrada a los mercados públicos".

Finalmente, esa "especialización profesional de la seguridad, gana cada vez más terreno sobre la fortificación weberiana (por Max Weber) de la violencia estatal", perdiendo el Estado, muchas veces, su específico modo de intervención.

FUENTE: www.telam.com.ar