Un paquete al lado de la camioneta llama la atención de Mayerly. El objeto, que a simple vista no parece extraño, puede constituir un riesgo inminente. La mujer indica a su jefe que se aleje y revisa el envoltorio cuidadosamente. Falsa alarma, era una carta de un familiar. Sin embargo es mejor asegurarse, pues cualquier indicio puede ayudar a evitar una tragedia.

Mayerly se levanta todos los días a las 4:30 a.m. Con la ayuda de su esposo, prepara el café del desayuno y alista a su bebé de 2 años. Esta rutina es lo más importante del día, aunque no siempre la pueda llevar a cabo.

Con 28 años de edad, la patrullera Mayerly es una de las dos mujeres escoltas que se encuentran activas en la institución.

Mientras Mayerly se coloca sus botas, Natalia*, de 20 años y 1,78 centímetros de estatura, madruga a ponerse los tacones. A pesar de que su familia y amigos creen que es secretaria en una oficina del centro de la ciudad, su verdadero trabajo es proteger la vida de un importante ejecutivo caleño.

Desde hace nueve meses, Natalia trabaja en una empresa de seguridad privada. Según lo que manifiesta, es la única mujer escolta en el sector privado y así lo pudo constatar El País, tras consultar quince agencias de seguridad en Cali.

“Siempre fue mi sueño”

Desde niña, Mayerly tuvo claro cuál sería su profesión. “No me gustan los trabajos de vitrina”, le decía a su madre. Antes de ser Policía, fue guarda de seguridad en una empresa privada. “En esa época admiraba mucho a los escoltas civiles. Como me tocó en la portería de la empresa, me llenaba de adrenalina al ver los carros con los jefes y sus escoltas”.

Hace cinco años, entró a la Policía. Primero hizo ‘las esporádicas’, como se le llama a la tarea de proteger a personalidades que están de paso por Cali y, desde hace dos meses, trabaja con una funcionaria de la Procuraduría.

Las tres personas que ha cuidado en su corta carrera son funcionarios oficiales. Recuerda que una de sus protegidas se quejó una vez por los cuidados extremos que le recomendaba. “A la señora no le gustaba que yo entrara a la habitación antes que ella, para revisar si había algún peligro”.

Para Natalia, el sueño también comenzó en la niñez. Al día siguiente de graduarse del bachillerato se trasladó a Cali, desde su pueblo en el centro del Valle. Trabajó en un salón de belleza, hasta que una amiga la animó a mandar su hoja de vida a una empresa de seguridad.

Ahí, realizó dos cursos de preparación para ser escolta. Según ella, las mejores clases fueron las simulaciones de enfrentamientos en campos de ‘paint ball’ y el entrenamiento en los polígonos. “Me gusta mucho disparar”.

Después de los cursos, Natalia comenzó a trabajar con su protegido actual. “El primer día uno está a la expectativa de ver cómo es, qué le gusta, qué no le gusta”, afirma.

Por ejemplo, uno de los requisitos de su jefe es que siempre use tacones. “Un día yo llegué en sandalias y me regañó. Me tocó ir al centro en un momentico y comprarme unos zapatos altos”.

Aunque, como dice ella, “gracias a Dios no me ha tocado ninguna situación de ataque”. El mayor ‘riesgo’ lo corrió el día que chocó el carro de su jefe. “Fue un daño tonto, iba a guardar la camioneta y la choqué contra la puerta, porque se me apagó”, recuerda.

Lo más difícil son los horarios. Los escoltas se deben acomodar a la agenda de su protegido, que no sólo incluye las cuestiones laborales. “Yo trabajo hasta que él se vaya a dormir”, cuenta Natalia.

Las largas jornadas laborales la han alejado de su familia y amigos, por lo que puede pasar meses sin visitarlos. Sin embargo, esto no la desvela, “todo depende de cómo uno vea las cosas”. Reconoce que en un futuro, cuando quiera tener una familia, tendrá que dejar su profesión y dedicarse a un negocio propio.

Con Mayerly, la situación es un poco diferente. Aunque sus horarios varían, tiene dos días de descanso fijos, cada dos semanas. Este tiempo lo aprovecha al máximo para estar con su esposo y su hijo, pues no quiere que su pequeño "crezca sin la presencia de su madre”.

“Esto no es sólo para hombres”

A pesar de que no han tenido problemas en su trabajo, ambas reconocen que hay prejuicios por lo que hacen. “Cuando la gente se da cuenta de que soy escolta, me miran con cara de sorpresa”, dice Natalia.

Mayerly explica que “hay de todo un poco. Desafortunadamente en Colombia todavía existe el machismo. Hay compañeros que piensan que las mujeres somos incapaces, que somos unas gallinas”.

Lo mismo puede suceder con los protegidos. Durante dos meses, Mayerly tuvo a cargo un niño de 12 años, cuya madre está amenazada. “Trabajar con él fue muy chévere, uno se vuelve como la hermana mayor”, cuenta. Sin embargo, el padre del menor solicitó cambio de escolta, pues “no sentía que su hijo estuviera a salvo con una mujer”.

Mayerly y Natalia aman la adrenalina que se vive a diario en su trabajo. Dicen no sentir miedo. “Si pasa algo, es porque tiene que pasar”, aseguran.

Total discreción

Para Natalia, la diferencia, y una de las principales ventajas de ser escolta mujer, es que logra pasar desapercibida.

“Los ejecutivos prefieren a las mujeres para manejar un bajo perfil. Muchas veces yo logro entrar a sitios que mi compañero no puede, porque creen que soy su secretaria, su esposa, su hija. Nadie se imagina que soy su escolta”.

Según Mayerly, la ventaja de las mujeres está en el compromiso. “Hay protegidos que prefieren mujeres porque dicen que les da más seguridad, que somos más cumplidas con los horarios y con nuestras funciones”.

 

FUENTE: www.elpais.com.co