Militarismo en democracia

El desorden civil hartó a la sociedad.

 

Los militares –activos y en retiro– no están siendo convocados para la guerra, sino por el desorden general en la administración pública. Padecemos una crisis de seguridad, pero sobre ella siempre han echado la mirada el Ejército y oficiales retirados. Nunca se desentendieron, sea porque las autoridades civiles, del 86 a la fecha, llamaron al Ejército para apoyar la labor policial, o porque militares en retiro son propietarios o asesores de empresas de seguridad privada.

 

La diferencia es el poder simbólico. Un general retirado fue electo Presidente democráticamente, y es lógico que llame a gente de su confianza a integrar el primer círculo de gestión y a desempeñar tareas claves de la seguridad. Es gente que trabajó bajo su autoridad en la milicia y la mayoría ya están retirados, o sea, regresan a funciones de Gobierno desde la sociedad civil. De ahí que la marca “militar” sea notable en esta administración, y obligada nota de evaluación.

 

Algunos dicen que Otto Pérez está militarizando el Gobierno. Si entendemos por militarización darle al Ejército tareas policiales o de desarrollo, no hay novedad. Pero es cierto, esa tendencia se refuerza –hay más soldados en retenes y operativos–, la colonia militar retirada ahora nutre las comisarías policiales, presidios, inteligencia civil y se encuadra con mayor facilidad en entidades como Fonapaz, pues hay un lenguaje inteligible, un estilo de gestión que resulta familiar, y una identidad profesional con el gobernante. De paso, un inevitable déjà vu del régimen político.

 

El fenómeno que empieza a aflorar es el militarismo. Desborda lo funcional. Es la promoción institucional de valores, enfoques y aspiraciones afines a la disciplina militar, como modelo de Gobierno y de sociedad, esta vez en democracia. El desorden e ineficiencia del modelo civil hartaron a buena parte de la sociedad, porque llevaron a un Estado sin autoridad ni legitimidad, y la expectativa es que sea sustituido por un orden de certezas.

 

El germen de militarismo en democracia más que contrasentido, es un desafío toral para Otto Pérez y su equipo. El Gobierno no tiene opción: debe ser eficiente, o sea, dar resultados con transparencia. No vive en el mundo de Ubico (1931-44), ni siquiera el de Lucas García (1978-82). El equipo de Berger (Vielmann y compañía) tuvo una magnífica mampara oligarca (incluyendo un par de intelectuales orgánicos proyectados hacia la burocracia internacional progresista) y de todos modos le destaparon los pies de la limpieza social y el tumbe de drogas. Con Colom ocurrieron desalojos violentos, ejecuciones y otras barbaridades, y la etiqueta socialdemócrata ayudó a mitigar. La relación eficacia/legalidad y eficacia/corrupción serán variables a ponderar en la opinión pública internacional y local. Y resultarán cruciales para la viabilidad de este Gobierno.

FUENTE:elPeriódico (Guatemala)