«708 para 806. Hay que regular los accesos desde Aboño por tráfico muy denso». Francisco José Nosti ausculta las dársenas de El Musel a través de su walkie-talkie en una estancia del centro de control. Es uno de los principales responsables del cuerpo autónomo que se encarga de velar por la seguridad en todos los terrenos portuarios, que se desparraman paralelos al litoral desde Cimadevilla hasta la Campa Torres. 

Cualquier incidente contra el orden público en ese «territorio» corre de su cuenta. Si la cosa pasa a mayores, tiene a su completa disposición los medios de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, que también poseen dependencias en el interior de El Musel y que se reparten el trabajo en las zonas controlada y restringida. «Somos la fuerza de primera intervención, hemos llegado a sacar a un burro del túnel que comunica con la térmica», explica. «Y eso que no llevamos pistola», bromea. Porque su principal arma son las innumerables cámaras de seguridad que rastrean todos los puntos conflictivos.

Sentado ante una docena de monitores, en una sala aneja al despacho de su superior, Carlos Martín observa la vida en los muelles en tiempo real. «Contamos con videovigilancia las 24 horas del día», destaca en presencia de Nosti, quien asegura haber contemplado más de una vez la caída al agua de algún ocioso pasado de copas que se paseaba por los pantalanes del puerto deportivo durante una noche de fiesta sabatina. Además, la Policía Portuaria también se hace cargo de comprobar el estado de las balizas que orientan mar adentro a los barcos, de accionar los aspersores para que el polvillo del carbón que traen los graneleros no llegue hasta la ciudad y de mantener activo el sistema de alarmas de intrusión y antiincendio, instalado, por ejemplo, en la sede central de la Autoridad Portuaria, en la céntrica calle de Claudio Alvargonzález. 

La actividad decae al mediodía, justo cuando la proa del «Rhonestern» asoma por delante del dique Torres, gran símbolo de la ampliación de El Musel, acabada a finales del año pasado. En el restaurante ubicado cerca del área de servicios logísticos, los pinchos y las cervezas van y vienen para acabar en manos de hombres embutidos en monos de trabajo, que comparten espacio con administrativos encorbatados en busca de su segundo café del día. En una esquina, un grupo de estibadores en huelga ultima nuevas protestas con su líder nacional, recién llegado de Canarias. Desde hace varias semanas, el sector protagoniza paros diarios para exigir mejoras laborales. Saben que, sin ellos, un puerto se detiene y están dispuestos a luchar a capa y espada «por nuestros puestos de trabajo». Su función es vital: se encargan de cargar y descargar toda la mercancía que llega en los buques lo más rápido y seguro posible. Son especialistas que mueven grúas y colocan contenedores como quien juega con piezas de Lego. «La Autoridad Portuaria es consciente de que somos necesarios, así que vamos a ir a por todas», anuncia Pedro Villoria, que sale del restaurante en dirección a la zona pesquera, justo cuando el sol consigue abrirse un hueco entre las nubes. 

La concentración de gaviotas evidencia que en el muelle de Rendiello abunda el producto fresco. Amarrado junto a un par de arrastreros, frente a las conserveras y la lonja, está el «Barnoil», encargado de suministrar combustible a los mercantes. Un enorme «No Smoking», visible desde la cubierta, alerta de que los depósitos están cargados con más de dos toneladas de fuel y 400 de gasóleo. En el puente de mando, el capitán Ignacio Rodríguez se pasa las horas a la espera de que algún colega solicite sus servicios. La tripulación, formada por otros cuatro hombres, vive a bordo durante seis semanas antes de descansar otras tantas. «En cuanto algún barco pide combustible, nos desplazamos hasta donde se encuentra y se lo administramos con unas grandes mangueras», explica Rodríguez. «Estas semanas, con el jaleo de Libia, apenas nos movemos, porque todo está muy caro y la gente quiere ahorrar», añade sonriente, mientras otea el muelle Marcelino León, en el dique Príncipe de Asturias, un submundo dentro del propio Musel y al que periódicamente se desplaza para «dar de beber» a los mastodontes cargados con la mercancía que alimenta a Arcelor-Mittal. 

La mayor terminal granelera de España es de dominio exclusivo de la EBHI, la sociedad formada por la Autoridad Portuaria y varias de las grandes empresas asturianas para facilitar la llegada de carbón y mineral de hierro a las térmicas y a las siderúrgicas de la región. Para ello cuenta con una conexión ferroviaria y con cintas transportadoras que llegan directamente a la factoría de Veriña. Si no es posible utilizar estos medios, el material se carga en camiones. En la enorme dársena, de casi un kilómetro, hay capacidad para almacenar tonelada y media de mercancía y se pueden descargar al mismo tiempo dos buques de tipo «cape», que serán tres cuando los 140 trabajadores de la sociedad -entre grupo de mandos, panelistas, técnicos, operarios y palistas- se trasladen a su futuro hogar, que se construirá en los terrenos de la ampliación portuaria. Una mudanza que aún tendrá que esperar varios años y que será vital para el crecimiento de los tráficos portuarios en Gijón. 

«Lo que marca nuestra labor es la rapidez en la descarga, sin olvidar la seguridad», explica Emerita García, responsable de Estudios y Estadísticas, mientras se pasea por la sala de control, donde varios ordenadores ostentan el monopolio de la gestión motorizada del muelle. «Por el momento, estamos tranquilos. No habrá movimiento hasta la próxima semana», dice, a la espera de un buque que llegará de Canadá con 170.000 toneladas en sus tripas. Mientras tanto, las tres enormes grúas que emergen sobre el cemento estarán paradas, como esqueletos pendientes de recobrar vida en cualquier momento. 

La tranquilidad de la EBHI contrasta con la frenética actividad que, pasada la una y media, se vive en el extremo Este de El Musel. El «Rhonestern» acaba de llegar a La Osa y prácticos, amarradores y operarios de remolcadores sudan la gota gorda para que el petrolero se acople al muelle. «¡Larga, tírala larga!». Alberto Moure se desgañita mientras sostiene uno de los dos cabos en compañía de otro de sus catorce compañeros, todos socios de la empresa adjudicataria de la concesión para este tipo de tareas. Mientras, la tripulación filipina del buque cargado de gasóleo obedece, con cierta lentitud, las indicaciones que le dan desde tierra. La operación es perfectamente visible desde la terminal de contenedores, la de mayor crecimiento en los últimos meses y una de las grandes apuestas de la Autoridad Portuaria para conseguir reducir la dependencia granelera que históricamente ha caracterizado a Gijón. 

A pocos metros de las enormes cajas cargadas de mercancía general, tres siluetas inmóviles esperan pacientes el final de los trabajos. Son dos empleados de la consignataria Pérez y Compañía y un inspector contratado por el intermediario que ha fletado las miles de toneladas de combustible, destinadas a rellenar los tanques que CLH tiene a escasos metros. «Mi labor es hacer sondas y medir la temperatura del material, para comprobar que llega la cantidad acordada y que es de buena calidad», explica Víctor Vicente. Por su parte, Francisco Menéndez y Claudia Rodríguez representan al dueño del barco a su paso por tierras asturianas. De ellos depende cualquier gestión relacionada con el buque en España. Además, tienen que velar por la feliz estancia de los tripulantes. 

Tras más de una hora de maniobras, la embarcación de bandera británica descansa ya tras su larga travesía desde el Báltico. Antonio Rodríguez, patrón del remolcador «Navia», da la orden de regresar a la base junto al «Caudal», el otro que ha participado en los trabajos, con tres hombres cada uno. Su labor consiste en obedecer las instrucciones que da el práctico, el auténtico cerebro de la operación, desde el puente de mando. Estos especialistas salen en una lancha rápida rumbo a los barcos que piden permiso para arribar. Se suben a bordo y coordinan todos los movimientos para acercarlos hasta los muelles. «Nos ponemos a su entera disposición, los prácticos son los encargados de dar las instrucciones para que todo salga bien», explica Rodríguez. De ellos depende, en última instancia, que gigantes flotantes como el «Rhonestern» lleguen a buen puerto antes de iniciar una nueva travesía en su eterno peregrinar por los mares de medio mundo.

 

FUENTE: www.lne.es