A un año del golpe al Bapro, hay tres prófugos y ladrones sin identificar

La banda robó 156 cajas de seguridad con alrededor de 23 millones de dólares entre dinero y alhajas. Sólo hubo seis detenidos. El grupo tenía experiencia en este tipo de delitos. Habían montado un sistema para lavar el dinero de los asaltos. Tenían dos sociedades anónimas, campos, autos de lujo y varias propiedades en Buenos Aires

Según la Fiscalía Nacional en lo Criminal de Instrucción Nº 9 de la Capital Federal, el cinematográfico robo de la sucursal Belgrano del Banco Provincia comenzó a gestarse a principios de 2010, en las sobremesas de los asados organizados dentro del country que la entidad bancaria construyó a principios de la década pasada en la localidad de Francisco Álvarez, a pocos metros de la Autopista del Oeste.

En una de las casas del barrio privado, Adrián Alejandro Castillo, chofer del directorio del banco, le confió a su amigo Ariel Canesa –actualmente prófugo– algunos detalles de la filial de Cabildo al 1900, esquina Echeverría. No pasó mucho tiempo para que Canesa, que tenía antecedentes por robo, contactase a Héctor Esteban Marín, un experimentado ladrón de bancos que había purgado una condena por secuestro extorsivo junto a Roberto Pesca Hernández, quien lo ayudó a organizar la logística de la banda para dar el golpe. En el ambiente de los boqueteros, Marín era conocido como “El Petiso”, mientras que a Pesca Hernández le decían “El Uruguayo”, apodo que remitía a su nacionalidad.

Según los fundamentos que el fiscal interino Adrián Guillermo Péres esgrimió para pedir la elevación
a juicio de la causa, Marín y Pesca Hernández fueron los ideólogos del robo con la colaboración de Raquel Puñales, esposa de Marín; de Maximiliano, el hijo de Pesca Hernández; y la suegra de este último, Dora Haydee Puleio.

ESTRUCTURA. La investigación determinó que la organización tenía experiencia en este tipo de delitos y contaba con una estructura desde 2003 para lavar el dinero proveniente de los robos. El Petiso y El Uruguayo movían mucha plata y viajaban al exterior frecuentemente.

Se paseaban en autos de alta gama y eran dueños de campos en Misiones y otras provincias. Además pensaban comprar un balneario en Uruguay y poseían casas en el Gran Buenos Aires y los alrededores.

También tenían contactos políticos con algunos punteros del Conurbano, lo que les permitía manejarse con cierta comodidad.

Dentro del esquema diseñado para blanquear los capitales de origen fraudulento, Raquel Puñales y Dora Puleio eran accionistas de dos sociedades anónimas: Maperey y Racedo.

Según el Boletín Oficial, la primera empresa estaba inscripta para explotar “establecimientos ganaderos y agrícolas, avicultura, apicultura, cunicultura y porcicultura”. La segunda figuraba como constructora y financiera.

En ambas también aparecía como miembro principal Andrea Cecilia Sánchez Puñales, hija de Raquel de un matrimonio anterior.

La fiscalía a cargo del caso entendió que ambas sociedades “brindaron la estructura adecuada para el desarrollo y obtención de los medios que fueron menester para la comisión de diversas conductas delictivas a partir de su constitución”. En este organigrama, Juan Caviglia –el dueño de un hotel en Córdoba– era el testaferro de Marín.

EL GOLPE. Para robar el banco de Belgrano la banda alquiló un local en el primer piso de Cabildo 1971: la encargada de la negociación con el dueño del inmueble fue la propia Raquel, que se presentó con el nombre de Cynthia Aguirre y acordó pagar 13 mil pesos mensuales.

Seis meses tardaron los ladrones en construir el túnel de más de 23 metros que los llevó al subsuelo de la sucursal.

El 31 de diciembre a la medianoche, la banda entró al sector donde estaban las cajas de seguridad. Los ladrones no actuaron a ciegas: sabían cuales eran los cofres que tenían que violentar.

Ejecutaron el robo con precisión suiza. Durante casi tres días trabajaron con moladoras para abrir 156 cajas y reunir más de 20 millones de dólares en joyas y dinero en efectivo. Más tarde, los damnificados detallarían que sufrieron la pérdida de numerosos relojes de lujo, monedas de oro, alianzas matrimoniales, rubíes, anillos de platino, collares de perlas y hasta un calendario azteca construído en plata pura.

El lunes 3 de enero, los boqueteros regresaron al túnel y minutos antes de las seis, las cámaras de seguridad de la confitería Pompeii captaron el momento en que subían las bolsas con el botín a una Renault Kangoo blanca y se marchaban por Cabildo hacia la Avenida General Paz. Algunas horas más tarde, a las 9:51, la luz del interior de la bóveda de las cajas de seguridad se encendió y los empleados del banco descubrieron a través del enrejado de acceso que el sector había sido saqueado. En estado de pánico, llamaron a la Comisaría 33ª para alertar sobre el asalto.

Aunque ya era tarde para manotazos de ahogado: en los últimos meses la alarma antisísmica de la sucursal había sonado varias veces pero ni la Policía Federal ni las autoridades de la entidad habían sido capaces de advertir lo que sucedía más allá del paso habitual del subterráneo.

A los pocos días, los acusados fueron detenidos en múltiples allanamientos. La Policía Federal secuestró documentación y los elementos que habrían utilizado para realizar el túnel por el que entraron al banco: ropa y herramientas, además de los distintos teléfonos celulares con los que banda se comunicaba, dinero en efectivo y joyas.

Para la fiscalía, los seis detenidos –Marín; su esposa; Pesca Hernández; su hijo; su consuegra; y Caviglia– cometieron los delitos de robo en poblado y en banda, falsedad documental y asociación ilícita. “Ellos –detalló el fiscal en su informe– han conformado una agrupación que materializa un patético ejemplo de delincuencia organizada con altos niveles de peligrosidad y alarmante prolongación en el tiempo.”

A un año del robo, todos los acusados permanecen alojados en el penal federal de Ezeiza, a la espera de que la Sala 1 de la Cámara de Casación Penal de la Nación resuelva si el caso es derivado a la justicia federal o permanece en el ámbito de la justicia ordinaria.

Además, hay otros seis hombres que aún no fueron identificados y al menos tres prófugos, entre los que se encuentra Aldo Vignoli, ex empleado de la sucursal asaltada entre 1983 y 1993, quien era conocido de Marín.

FUENTE:Online-911